27 de febrero de 2015

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La explotación de niños trabajadores refuerza los ciclos inter generacionales de pobreza. No es solo la causa sino la consecuencia de la desigualdad social que es cada vez mayor en el mundo.

Adela camina con cuidado, sigue los pasos de su padre que se hunden en la tierra húmeda de la montaña. Tiene once años y vive en la comunidad de Santo Domingo, Chiapas. Como tantas otras familias, la suya se dedica al cultivo del café en plantaciones pequeñas que producen grano arábigo. Adela ayuda a su padre a trabajar en el campo durante la temporada del corte que dura de Septiembre a Marzo. Es la menor de ocho hermanos y todos trabajan en el cultivo del café después de ir al colegio. Dividen su tiempo entre las actividades propias de la niñez y la responsabilidad de ayudar a sus padres. Primero la escuela, luego trabajar.

La palabra trabajo estremece unida a niñez. Resulta indispensable aclarar los términos. No es lo mismo trabajo infantil que explotación infantil. Eve Crowley, miembro de la Dirección de Género, Equidad y Empleo Rural de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sostiene que si los niños “Participan de cierta forma en actividades de subsistencia de la familia, en especial si no implica trabajos pesados o peligrosos, o no interfiere con la escolarización, es legítimo y puede ser importante para desarrollar habilidades necesarias para llegar a ser agricultor o pescador en la vida adulta. A diferencia del trabajo efectuado de manera saludable por niños, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la explotación infantil es “aquel trabajo que perjudica la salud del niño, impide que asista a la escuela y puede poner en entredicho su desarrollo y crecimiento futuros”. Por lo tanto, aquellas tareas ligeras son aceptables a partir de los 12 años de edad, al igual que los trabajos calificados no peligrosos para los adolescentes de 15 y 16 años.

Siempre que el trabajo que realicen los niños no resulte dañino, ni abusivo o suponga su explotación y les prive de su derecho a la educación no es una actividad negativa. Por el contrario, resulta importante para su formación. Por un lado adquirir los conocimientos heredados de generación en generación sobre los oficios rurales es importante para su futuro ya que es muy probable que sea una herramienta de subsistencia. Por otro lado, incorporar valores de responsabilidad y sacrificio desde la infancia es positivo en cualquier caso. La mirada etnocentrista una vez más nos atraviesa. Comprender que no en todas las culturas los saberes necesarios son los mismos, implica también comprender que la infancia tiene diferentes connotaciones en sociedades diversas. No existen saberes mejores o peores. Si diferentes. Los programas educativos deberían adecuarse a las necesidades de cada sitio con sus características particulares. Tanto en lo que respecta a programas de estudio, como calendario escolar.

Nailea también vive en Chiapas, tiene once años y hace tres que trabaja. Con precario equipamiento fumiga las plantaciones. Dejó la escuela el año pasado porque su familia necesitaba de su ayuda en el campo. Padece mareos y náuseas a diario a causa de la inhalación de productos tóxicos. Como ella hay muchos niños más. Según la FAO la cantidad de menores de edad que trabajan en el área rural en condiciones riesgosas para su salud e integridad física supera los 130 millones de niños y niñas entre los 5 y 14 años. El 70 por ciento de los menores que trabajan en el mundo lo hacen en el sector agrícola. Es decir siete de cada diez y con un agravante: cerca del 20 por ciento tienen menos de 10 años, en promedio, de acuerdo con datos recopilados por el Programa Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil de la OIT.

La explotación de niños trabajadores refuerza los ciclos inter generacionales de pobreza. No es solo la causa sino la consecuencia de la desigualdad social que es cada vez mayor en el mundo. Los perjudicados siempre son los mismos y los beneficiados unos pocos. Plantear el trabajo como el problema en sí mismo es una visión simplista de la problemática que no contribuye a solucionarla. Proteger la infancia es otro de los objetivos a lograr en el camino hacia una sociedad con menos desigualdad. Los niños no son el futuro, son el presente.

Clara Presman
Periodista integrante del Taller de Periodismo Solidario, del Centro de Colaboraciones Solidarias

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