18 de septiembre de 2014
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Con los niños que cruzan solos la frontera que separa México de Estados Unidos cada año se podría llenar un estadio de fútbol.
Cada año, cientos de miles de niños viajan solos a otros países para reagruparse con sus familiares, para huir de la violencia o para buscar un futuro mejor. El ejemplo más conocido se produce en Centroamérica, pero ocurre también en otras partes. Entre los inmigrantes rescatados en el Estrecho de Gibraltar, que separa África de Europa, con frecuencia se encuentran menores de edad que no van acompañados.
En lo que va de 2014, han sido detenidos en Estados Unidos más de 66.000 niños inmigrantes sin acompañante, según estadísticas del United States Border Patrol, el cuerpo policial encargado de impedir la entrada de “indocumentados”. El número de niños detenidos en Estados Unidos se ha multiplicado por 10 desde 2011, según el investigador Adam Isacson.
Los fiscales generales de Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador y Honduras, de donde provienen la mayor parte de los niños migrantes sin compañía, acordaron la creación de un grupo de alto nivel para afrontar este fenómeno.
“Somos una nación de inmigrantes, pero también de leyes”, declaró el presidente Barack Obama, que además lanzó un mensaje a los padres de los niños: “No envíen a sus hijos, los mandaremos de vuelta”.
El país desde donde migró el mayor número de menores es Honduras, por delante de Guatemala y El Salvador. Desde México cruzaron menos, aunque éstos se deportan “en caliente” a su país.
A los menores interceptados se les detiene en centros mientras se tramita su repatriación. Se han denunciado abusos y unas condiciones que chocan con sus derechos fundamentales.
Navi Pillay, Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, dijo que “los derechos de los inmigrantes deberían prevalecer. Y si son menores aún más. La detención preceptiva no debería aplicarse porque va en contra del interés del menor”.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración (INM), de México, alrededor de 40 mil niños y niñas, de los cuales 18.000 viajan solos, son repatriados desde Estados Unidos a México cada año. Estos menores, como los que llegan de otros países centroamericanos, están más expuestos a la explotación, a la trata de personas, a la extorsión y a la delincuencia organizada, según Unicef. Los menores transitan por zonas donde están presentes mafias, carteles de drogas y donde no están protegidos y garantizados ciertos derechos fundamentales. Al desconocer sus derechos y tener miedo a ser repatriados a sus países o a otras represalias, no denuncian abusos. A esto se suma la falta de servicios de atención médica, una alimentación y vestimenta adecuadas.
Los niños emigran desde sus países para reagruparse con sus familiares que cruzaron antes la frontera, para mejorar su situación económica o para huir de entornos violentos en su familia o en sus comunidades. Así lo muestran diversos testimonios en medios de comunicación.
Sin embargo, el senador por Texas, Ted Cruz, achaca el aumento exponencial de niños no acompañados, en los últimos cinco años, a una amnistía general del gobierno a menores que hubieran cruzado la frontera antes de 2007 y de que cumplieran los 16 años. Esa amnistía, conocida como “acción diferida” beneficia a unos 500.000 jóvenes al otorgarles un puesto de trabajo y a suspender la repatriación por dos años.
“Los países donde hay violencia tienen que arreglar su situación. Un gobierno extranjero puede ayudar pero los otros países tienen que poner medios para solucionar la violencia en el país de origen”, decía en una entrevista Norma Romero Vázquez, integrante de Las Patronas. Este grupo de mujeres campesinas reparte agua y comida preparada en 62 albergues en distintos puntos de México por donde pasa La Bestia, el tren que lleva a los migrantes centroamericanos hasta Estados Unidos.
Romero Vázquez considera fundamental que se impliquen los jóvenes, que no lleven una vida tan light, que despierten y se comprometan para aportar soluciones en sus comunidades. También propone acuerdos de trabajo entre países, reconocer que existe una necesidad de mano de obra.
Este tipo de acuerdos podría facilitar la creación de otros acuerdos que no criminalizaran la entrada en Estados Unidos de menores que buscan reunirse con sus familiares en un entorno más seguro y con mayores garantías legales y de seguridad.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias
Twitter: @cmiguelez
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