9 de octubre de 2014

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Una organización seria no recompensa el voluntariado con créditos porque no es una actividad académica, no está supervisada por un especialista titulado ni tiene un fin investigador, docente ni es materia para prácticas de ninguna asignatura. Sería aberrante.

Me invitaron a dar una conferencia en la capital de una autonomía. La invitación era de una ONG cuyo nombre no hacía presagiar que su presidente y directivos fueran funcionarios y afiliados a su partido. Comprobé que ninguno tenía experiencia en servicios de voluntariado social. “Era necesaria una ONG para canalizar la ayuda de la comunidad autonómica en planes de cooperación al desarrollo”, me explicaron. “¿No les parecían de confianza los proyectos de tantas ONG de reconocido prestigio?”, pregunté. “Bueno, es que así se capitaliza una acción de gobierno y se decide a dónde van los recursos”. Casi no tenían voluntarios y los que figuraban como tales eran los afines a su grupo político.

Nos alarma la creciente proliferación de ONG que dependen de centros de poder, político, económico o eclesiástico, así como el incomprensible reconocimiento de créditos académicos a cambio de voluntariado.

Esta moda se extiende por muchas comunidades autonómicas que corren el peligro de hacer de la cooperación y del voluntariado un negociado más de su estructura administrativa. Pronto empezarán los ayuntamientos, desvirtuando así la acción social que les corresponde realizar con asistentes sociales profesionales y debidamente remunerados. Ya lo hicieron partidos y sindicatos, amén de fundaciones vinculadas a instituciones financieras y empresariales con ONG financiadas por ellos.

Una auténtica Organización de la Sociedad Civil (OSC) no recompensa el voluntariado con créditos porque no es una actividad académica, laboral ni pre laboral, no está supervisado por un especialista titulado ni tiene un fin investigador, docente ni es materia para prácticas de ninguna asignatura. Sería aberrante.

La parte de aprendizaje que tiene el voluntariado social, es la de cualquier otro grupo humano que se acerque a una actividad  atendida por voluntarios, es decir, el mismo aprendizaje de un familiar, de un vecino, de un policía, etc. en contacto con una realidad.

Voluntariado y práctica académica o profesional pueden ser actividades complementarias, llevadas a cabo en un mismo lugar paralelamente, con gran posibilidad de sinergias y relaciones.

Pero nos preocupa que la “contraprestación” con créditos académicos de la acción voluntaria pueda pervertir de alguna manera la esencia misma del voluntariado, o al menos afectar a la verdadera motivación por la que el voluntario, como ciudadano comprometido que participa en la transformación social de su entorno, se acerca al voluntariado. Al voluntario social lo mueve la pasión por la justicia y transforma la natural compasión en compromiso o se ha dejado confundir por intereses bastardos.

Las auténticas OSC realizan programas de voluntariado social con personas en riesgo de exclusión, sujetos, no objetos de la personal acción voluntaria. Pudiera ser diferente en un voluntariado cultural, medioambiental, limpiando calles, pintando paredes, sembrando árboles, o cualquier otro trabajo o servicio para la comunidad, todos ellos muy respetables, pero diferentes.

No podemos asociar créditos por tiempo empleado porque primamos la calidad de la acción voluntaria por encima del número de horas que se realicen. El voluntariado es una actitud, una forma de ser ciudadano, no puede medirse en horas de servicio.

Una buena acción puede ser eficaz socialmente, puede tener repercusiones positivas para personas marginadas o grupos excluidos, pero nunca será voluntariado social si está motivada total o parcialmente por un objetivo interesado: un sueldo, unos créditos académicos, cumplir con una ley, presión familiar o de un grupo de referencia, incentivos desmesurados, un servicio militar o las prácticas o becas de contenido profesional y repercusiones económicas.

Algunas universidades han creado sus propias “pseudo ONGs” y Oficinas de Acción Solidaria con un funcionario, profesor o administrativo al frente, que no sólo perciben un sueldo sino que les sirve de “méritos” para su carrera. Uno de los candidatos a rector, en la Universidad Complutense de Madrid, presentaba una propuesta similar en su programa. Felizmente, no ganó ante el rechazo de los auténticos voluntarios sociales de la universidad que se alzaron contra esa tendenciosa e indebida apropiación. Algunos las denominan “organizaciones para académicas” así como han proliferado las “organizaciones para gubernamentales”. La desfachatez política, empresarial y hasta confesional parece no tener límites.

Como resultado están recogiendo el desencanto de personas generosas de las que quisieron hacer secuaces, prosélitos o militantes.

Las instituciones tienen que facilitar y ayudar a las organizaciones humanitarias que surjan en el tejido social y que les parezcan serias y responsables. Los sucedáneos son peligrosos y se volverán contra esa generosidad solidaria.

José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @GarciafajardoJC

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