27 de abril de 2015
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Como voluntaria sensibilizada que ya me consideraba, me dirigí hacia la dormida que Solidarios para el Desarrollo preparó hace unos días para denunciar una vez más la situación de las personas que no tienen un hogar y alzar la voz por sus derechos. Me disponía a compartir un momento más de encuentro entre voluntarios y Personas Sin Hogar, como cada lunes, aunque esta vez de manera un poco más especial. Sabía que iba a ser incómodo y agotador esto de dormir sin un techo, pero no me imaginé que en solo unas horas de experiencia de pernoctación en la calle iba a sentir esa sensación de rabia y me iba a embargar esa incomprensión y decepción hacia esa sociedad que me rodeaba, a la que pertenecía.
Solo fue una frase. Solo una.
Un “Menos roncar y más trabajar” que se me quedó grabado, y que un joven de mi ciudad, de vuelta a casa o camino a algún bar al que con mucha probabilidad fui yo misma el fin de semana pasado o iría al siguiente, soltó sin más miramientos.
Lo que sentí en un primer momento fue rabia, sí.
El voluntariado me ha cambiado, desde hace tiempo y poco a poco. Y si cada uno de nosotros fuese capaz de abrir un poco más la mente, mirar a nuestro alrededor, viendo realmente, fijándonos en lo que ocurre y escuchando un poco más, ese cambio llegaría.
¿Qué sabía de mí? ¿Qué podía saber de mis compañeros, de cualquiera de los que estábamos allí?
Luego vino la comprensión hacia algunas personas que tras haber sentido lo mismo que yo en innumerables ocasiones con anterioridad han rechazado esta sociedad que les juzga y les maltrata.
Tristeza, al comprobar lo acostumbrados que pueden llegar a estar a recibir este trato, pues ni se inmutaron frente a esta falta de respeto.
Decepción hacia algunos miembros de esta sociedad a la que pertenezco, que nada tienen que ver conmigo, y que tristemente no son tan pocos como me gustaría. Vergüenza.
Y frustración, al sentir que todavía quedaba mucho por hacer y que aún quedaban numerosas barreras que no eran fáciles de derribar.Pero al terminar la noche y recoger los bártulos para volver a un hogar que yo sí poseía , donde iba a poder darme una ducha caliente, tomarme un café y recuperar las horas de sueño mal dormidas sobre unos cartones que me permitieron comprobar cuán huesuda era, comprendí que en eso precisamente consistía la experiencia.
Y vale, de acuerdo, nada tiene que ver pasar una noche en la calle, con hacer de la calle tu casa; pero me permitió acercarme más aún a esta realidad. Cerciorarme de la suerte que tengo al estar donde estoy, de todas las oportunidades que la vida me sigue brindando día a día. Y la responsabilidad que esto conlleva. De conocer más el mundo que me rodea, las distintas realidades de una sociedad tremendamente desigual e injusta. Capacitarme para poder cambiarla. Transformarla en una sociedad en la que nadie, independientemente de sus circunstancias, se sienta menos digno, con menos derechos, menos persona.
No podemos olvidar que todo lo que tenemos hoy es consecuencia de nuestras propias acciones, y que todo puede cambiar y reinventarse si se quiere.
Y sí, el voluntariado me ha cambiado, desde hace tiempo y poco a poco. Y si cada uno de nosotros fuese capaz de abrir un poco más la mente, mirar a nuestro alrededor, viendo realmente, fijándonos en lo que ocurre y escuchando un poco más, ese cambio llegaría.
A muchos, por suerte, ya nos está pasando. O Ya les ha pasado.
¿A qué siguen esperando?
Cristina Egea Simón
Voluntaria del programa de personas sin hogar en Murcia
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