3 de febrero de 2016

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Muchas personas que cuidan a una persona dependiente se sienten solas. En la mayoría de las ocasiones lo están; además esta percepción se acrecienta porque la persona cuidadora suele ir reduciendo poco a poco el contacto con su tejido social. Enfadarse y sentir ira no convierte al cuidador en un monstruo; es una consecuencia lógica del cansancio físico y psicológico que viene asociada a la labor de cuidar a una persona dependiente. Esto es lo que los profesionales de la salud denominan el síndrome del cuidador quemado o de sobrecarga del cuidador, que se caracteriza por el agotamiento extremo al que se ve sometida la persona cuidadora principal de un enfermo crónico.

Compartir la vida junto a un ser querido dependiente genera en la persona cuidadora un entramado emocional complejo. Desde el inicio y de forma casi mantenida, un conjunto de emociones y de sentimientos se instalan en lo más profundo. Y esto es algo normal, ya que adoptar el papel de madre o padre con tu propio padre o madre supone un peaje emocional muy importante. O tal vez con tu esposo o con la tía soltera. O cuando tu hijo o tu hija necesitan que sigas siendo su mamá aunque tus amigas pasean a sus nietos por el parque. La mayoría de las personas cuidadoras son mujeres.

Muchas personas que están cuidando a una persona dependiente se sienten solas porque les cuesta pedir ayuda a los que tienen más cerca, y los que tienen más cerca permanecen en actitud de espera a que su ayuda sea solicitada. Las personas mayores ya dependientes tienen muchos miedos, y tu presencia física les genera seguridad. Ya llegaremos para entenderlo. Pero los cuidadores también creamos dependencias e inseguridades innecesarias y llegan a la conclusión de que no les compensa dedicarse tiempo para su propio bienestar. El precio emocional a pagar es demasiado alto. Y cada vez son menos frecuentes las llegadas a casa con bolsas y aire fresco en los pulmones. Sin embargo, el autocuidado, los ratos de amigos, el callejeo, el ejercicio físico y las aficiones, tienen mucho que ver con la salud emocional del cuidador y con la calidad del cuidado.

Desde el punto de vista del equilibrio emocional, es muy sano que te permitas expresar todos estos sentimientos. De lo contrario, puede que se enquisten dentro de ti, y que se conviertan en una sutil carcoma que seguro afectará de alguna manera tanto a tu parte psíquica como a la física. En demasiadas ocasiones, la ansiedad se instala en la persona por no dar salida a este tipo de emociones. Y la ansiedad y la depresión suelen ser buenas amigas. Repito, enfadarte y sentir ira no te convierte en un monstruo, siempre que aprendas a canalizar la rabia de manera adecuada. Generalmente, con dejar fluir estos momentos es suficiente, hasta que el pico de tensión disminuya. Pero en otras ocasiones, el que te sientas escuchada por alguna persona de confianza tiene efectos terapéuticos muy interesantes para prevenir el síndrome del cuidador.

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Todas las personas tenemos experiencia del miedo. De pequeños tiene que ver con ciertos pensamientos mágicos y con una imaginación desbordante. De adultos los miedos se relacionan con la percepción de no llegar, de fallar, de falta de control. De pensar que todo esto o aquello me supera y de que no tengo recursos personales para hacer frente a esta o a aquella situación. La persona cuidadora puede sentir miedo a no estar a la altura de las circunstancias, miedo a que la persona dependiente empeore, miedo a la muerte, miedo ante el cansancio propio, etc. Aparece aquí un abanico muy variado de pensamientos e ideas irracionales sobre capacidades y competencias. Este no es el tema que nos ocupa, pero así, y para que nos entendamos, un pensamiento es irracional cuando le otorgamos una probabilidad de ocurrencia mucho mayor que la que realmente tiene. El miedo se debilita al compartirlo.

Si quieres cuidar, cuídate primero. Todas estas emociones son parte de ti y son buenas. Quizás nos bombardean con mensajes de que tenemos que estar siempre contentos. El cuidado de una persona dependiente conlleva un gran desgaste emocional. Aunque pueda sonar rudo, la carga compartida es menos carga. Así evitaremos enfermar por el síndrome del cuidador. Así la soledad, la culpa, la rabia y el miedo no se convertirán en sombras permanentes de la persona cuidadora.

Alfonso Echávarri Gorricho
Psicólogo colaborador de Cuida tu Salud Emocional

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