El pasado verano falleció Carmen Lorca (Murcia, 1942 -2018), que desde 2012 era usuaria del Centro social de personas mayores Murcia II del Instituto Murciano de Acción Social (IMAS), donde Solidarios trabaja desde hace más de una década acompañando a personas mayores solas y facilitando la creación y dinamización de espacios intergeneracionales.

Carmen Lorca con Silvia

Carmen estaba afectada en los últimos años por varios problemas de salud que le mermaban sus capacidades físicas, pero que no pudieron con su ánimo y voluntad. Carmen encontró en Solidarios un lugar donde contar, narrar y revivir el relato tan interesante e intenso que había sido su vida. Escribía y estaba muy contenta elaborando su libro de la vida y en el marco de esa actividad escribió el siguiente texto, titulado “Rayes”.

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A continuación presentamos una carta de despedida que el voluntario Ángel Judel escribe para Carmen.

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Carta a Carmen Lorca

Por Ángel Judel.

Mi nombre es Ángel y llevo un año haciendo un voluntariado en SOLIDARIOS con personas mayores, en un espacio intergeneracional llamado Tarde de Cuentos, pero eso no importa. La protagonista de este escrito es Carmen Lorca, una mujer con la que compartí este espacio y que por desgracia falleció este verano. Yo soy un simple afortunado que ha podido conocerla y que ahora, de manera torpe, intenta rendirle un homenaje.

Cuando yo conocí a Carmen, los distintos golpes de la vida ya la habían llevado a un estado de salud muy mermado y a un cuerpo muy debilitado, que apenas la sostenía en pie. Ella misma me contaba lo imposible que se le hacían cosas tan sencillas como prepararse la cena y que, aunque seguía viviendo sola, necesitaba ayuda para prácticamente todo. También me admitía que esa nueva realidad le había costado mucho aceptarla porque siempre había sido una mujer independiente y se había valido por si misma para cualquier cosa. En los paseos en los que la acompañaba a su casa me narraba orgullosa como, a base de mucho trabajo, había alcanzado la excelencia académica y laboral en una época en la que no era nada fácil para las mujeres y recordaba anécdotas de una vida plena en la que reconocía que, por momentos, había sido verdaderamente feliz.

Pero por mucho que hubiesen mermado su cuerpo, ninguno de esos golpes había podido con su espíritu joven e incansable. Fuerte como ninguna, pese a tanto sufrimiento y adversidad, a Carmen siempre me la encontré (y la recordaré) con una sonrisa radiante. Siempre fue agradecida y cariñosa y celebraba las pequeñas cosas de la vida como un jersey amarillo nuevo, una peluquería que le cortaba el pelo como a ella le gustaba o cualquiera de nuestros encuentros, porque sabía de primera mano lo cruel que era la soledad. Pero incluso a la soledad la había acogido en su vida sin rechistar (“¡qué remedio!”, diría ella) y la había utilizado como proceso de autoconocimiento, sacando virtudes y fortalezas de las que no era consciente.

Por eso y por tantas otras cosas más que no caben en una dedicatoria quiero agradecer a la vida haber conocido a Carmen, porque sin duda alguna fue un ejemplo para mí como seguramente lo fue para aquellos niños argentinos con los que tanto jugaba.

Si me lo permitís, me gustaría aprovechar este último espacio como esa despedida que no pudimos tener.

Carmen, siento no haberte llamado en todo el verano. Sé que lo entiendes y que no me lo echarás en cara. Me hubiese encantado haber escuchado tu voz alegre otra vez, haber disfrutado de tu compañía un poco más y haberte podido decir gracias por haber demostrado tanta valentía, fortaleza y actitud antes la adversidad y ser semejante ejemplo e inspiración para mí. Gracias también por esa fe ciega que tienes en mí y ese futuro fantástico que me auguras y me deseas. Intentaré estar a la altura. Allá donde estés se que me acompañarás y me ayudarás a no rendirme y a intentar ser un poco mejor persona.

Te quiero,

Ángel Júdez

 

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