Cuando llegas a un Centro Penitenciario y no cuentas con una identificación oficial, te toca quedarte fuera. Eso le pasó al poeta Pedro Casamayor en la cárcel de Campos del Río, en Murcia, la semana pasada. La actividad del Taller de Escritura, que él imparte junto a Vega Cerezo y Katy Parra, debía continuar y sus compañeras pasaron. Le tocó esperar y aprovechar la espera para observar a quienes entran y salen de comunicaciones, pensar en el taller y sus participantes y escribir su experiencia en este voluntariado. Esto es lo que nos cuenta.

 

 

Cuando la libertad huele a salchica seca

Pedro Casamayor

 

La mayor satisfacción de estar impartiendo un taller de literatura en el Centro Penitenciario Murcia II de Campos del Río con la Asociación Solidarios para el Desarrollo, es la de poder conocer a sus moradores y, con permiso, algún trozo de sus historias.

Allí, por si alguien no lo sabe todavía, la vida fluye a borbotones. La única diferencia es que se concentra en torno a un espacio limitado y, como creación humana, se desarrolla a nuestra imagen y semejanza. Se come, se maldice, se ríe y se estudia. Hay muchos momentos en que solo se olvida para volver a levantarse. Se enferma, se destruye cualquier rastro de futuro. Se sueña, se masturba la mente y el cuerpo, se escribe y se ama de forma desesperada.

Una vez al mes y feliz te conviertes en el mensajero e informador de la realidad de la que vienes, aunque no seas el mejor ejemplo a seguir ni del que hablar. Quieren saber cómo van las cosas aquí fuera y, como un camello que siente en el otro el hambre y las ganas de novedad adictiva, ofreces tu mercancía compuesta por nuevas palabras, noticias de calas vírgenes, canciones y bares de moda, defunciones de poetas y micro relatos que lleven en negrita la palabra libertad.

Ya llevamos algunas sesiones para saber que la tarde del taller se hace liturgia y fiesta para todos. Las chicas se arreglan y se pintan los ojos que resaltan aún más su belleza por el hecho de llevar la mascarilla. Los más jóvenes y sus hormonas estrenan una camiseta ajustada para lucir la estructura de un torso que hace pesas. Pensativos, los participantes de cierta edad intentan entender, desde la distancia, todo lo ocurrido en su vida como un último acto de rebeldía.

Con el buen tiempo de mayo, el aula y sus crónicas huelen a deseo y a amistad mientras, por debajo de la mesa, unas manos se tocan. Es hora de abrir la jaula de palabras para dejarlas volar por el recinto y al poco reunirlas para describir, con todo detalle, las fases de hibernación que sufre un preso durante los primeros meses en presidio. La resignación vendrá más tarde acompañada del ruido de una puerta cerrándose sobre el silencio de una celda. Porque en esta bellísima colección de talentos, también he olido a derrota y abandono. Todos llevamos dentro lo que somos y lo quisimos ser. Constantemente se mezclan en nuestra agenda de arrepentimientos aquello a lo que no dedicamos ni un minuto con esa parte en la que invertimos demasiado tiempo.

Esa tarde y como un juego, intentamos destapar y revivir algunos olores de la vida anterior fuera de la cárcel. Me dicen que a veces, para olvidar la tristeza y el deterioro, recurren a esta estrategia. Con los ojos cerrados y hambrientos cada uno decide buscar un olor y ensancha las narinas para remover los cajones de la memoria. Me advierten que hay aromas que se han solidificado después de no usarlos en mucho tiempo y que tardan en llegar. Necesitan del calor y la insistencia para florecer. De manera inocente, unos intentan recomponer el olor del establo de su niñez, otros el de la colección de lápices de colores, el de los tilos en floración o el de la gasolina. ¡Atención! Describir el olor del pelo de tu hijo, se puede convertir es un instrumento de tortura en el caso de no recordarlo, por lo que aconsejamos, en un principio, empezar dibujando olores más retenidos en la costumbre. El olor del café, el de la tierra mojada, el del jabón o el tabaco son más fáciles de recordar.

Uno de los alumnos nos habla del olor que ahora utiliza para abrir los barrotes de su celda y nos deja a todos maravillados, con una sonrisa alargada en la boca. Después del último fin de semana de permiso, ha descubierto que el olor de la libertad es el de la salchicha fina seca que compra su madre. Sabía que le gustaba pero, lo que no podía suponer era la sensación tan bestial al comer de nuevo de este trozo de carne. Oler sus sílabas con aromas a pimienta y especias y luego recordarlas ha sido el gran descubrimiento junto a la imagen de una madre feliz que por la noche llora a escondidas la suerte de su hijo.

Una vez tejidos y compuestos los textos, en la sala se respiran cientos de aromas condensados en letras y símbolos. El taller ha concluido. Damos las gracias por haber compartido fugas y rincones olvidados y nos despedimos lentamente con un abrazo a distancia hasta el próximo encuentro. Esa noche todos, sin excepción, rebuscaremos en nuestra boca ese pellizco de grasa libre y el sabor excitante de la salchicha seca.

Nuestra es la decisión de comer plástico o ramilletes de clorofila.

 

(Artículo publicado el domingo 30 de mayo de 2021 en la edición impresa de INFOLINEA Alhama de Murcia)

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