7 de julio de 2014
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El Ministerio Fiscal presentó una demanda contra RTVE, el programa Entre todos y la productora Proamagna por posible vulneración de los derechos a la imagen y a la intimidad personal y familiar de un niño con discapacidad.
La Fiscalía pide una indemnización para el menor de 15.000 euros por daños y perjuicios al considerar que las imágenes utilizadas enfatizaban la discapacidad del niño “con fines conmiserativos” y mendicantes, además de mostrar datos sensibles de su vida familiar. La emisión del programa facilitó el nombre y apellidos del padre, así como las iniciales del menor. Por otra parte, la pixelación del rostro no impedía que los espectadores distinguieran a la persona.
No es la primera vez que este programa genera polémica. Hace unos meses su presentadora, Toñi Moreno, tuvo que pedir disculpas después de haber recriminado en público a una mujer maltratada que llamó al programa. “Si uno no denuncia el maltrato, se calla para el resto de la vida”, dijo.
Numerosas organizaciones sociales, entre ellas el Consejo General del Trabajo Social, exigen desde octubre la retirada de la parrilla del programa con el argumento de que la televisión pública promueve la sustitución de los derechos sociales recogidos en leyes por la caridad sin respetar la dignidad de las personas, sin abordar los problemas desde el punto de vista de la universalidad de la ayuda, dejando al descubierto la confidencialidad de los datos de los afectados y con el resultado de un simple parche para las familias y un ataque al Estado del Bienestar. Se explican problemas concretos pero no se denuncian las causas que desencadenan esas situaciones para las que se pide ayuda, no se habla de las cifras del paro, de los recortes en investigación ni de la progresiva pérdida del sistema nacional de salud, pero se hace hincapié en el optimismo porque la movilización ciudadana conseguirá la ayuda de manera inmediata.
Desde fuera de España el análisis de este programa ha sido mucho más duro. El diario conservador francés Le Figaro despreciaba la labor el magacín por consistir en “caras tristes que se desvisten sin pudor delante de la presentadora”.
Nadie puede poner en duda que ayudar a los demás es una iniciativa loable. En cualquier situación y de cualquier manera, colaborar con el prójimo constituye una gran labor siempre que se realice de manera ética.
En ciertas épocas del año, las televisiones se llenan de telemaratones, rifas solidarias, campañas de juguetes, de alimentos, apadrinamiento, etcétera, todo con un mismo fin: tocar nuestra fibra sensible, que debería estar alerta y activa todo el año para contribuir, con pequeños gestos, a que el mundo tuviera mayor igualdad y más justicia social.
Sin embargo, la crisis económica, el recorte de los derechos sociales y de las ayudas públicas a los más desfavorecidos ha encumbrado a la solidaridad como el principal recurso y casi único reclamo para combatir la necesidad… Los periodistas también enarbolamos esa bandera porque desempeñamos un papel importante en la sociedad: denunciamos casos de injusticia y a la vez solicitamos ayuda para solucionar el problema.
Entre Todos se mueve en esta cuerda floja: tiene un trasfondo lícito como es la movilización de la audiencia para prestar ayuda al que lo solicita pero con un elevado coste moral al ser un show de televisión que vive de la audiencia y ahonda con morbo en tragedias personales. Al final, muchos de ellos se convierten en un totum revolutum que mezclan enfermedades degenerativas con ideas empresariales, reformas del hogar con peticiones de trabajo… sin demasiado criterio solidario y con la duda razonable de si con el suficiente control, y en una televisión pública que pagamos, nunca mejor dicho, entre todos los ciudadanos.
Tal vez los directivos y programadores no se han preguntado aún qué ocurrirá si la audiencia no respalda o se cansa de este escaparate de telemendicidad en el que se exprime la solidaridad inmediata con tanta adrenalina y entre lágrimas y aplausos. Otros programas ponen el enfoque en la persona que ayuda, lo que demuestra que no estamos ante ningún invento ni revolución televisiva, sino sólo frente una vieja fórmula para ganar audiencia: apelar a sentimientos primarios, algo que está bastante alejado del periodismo comprometido y solidario.
Alberto López Herrero
Periodista
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