1 de junio de 2016

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Pablo Aguilar González (Albacete, 1963) vive en Molina de Segura. Informático de profesión y escritor por vocación, ha obtenido varios premios de relatos. Con su novela Los pelicanos ven el norte obtuvo el premio al certamen de la revista Qué leer.

Lo entrevista Joaquina García Esquiva, voluntaria del Aula de Cultura del Centro Penitenciario Murcia II, a quien acompañó con el resto de voluntarios para compartir con los internos su experiencia literaria.

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Es la primera vez que participo en algo así (charla en un centro penitenciario) y no lo sé muy bien; pero mira, si ha conseguido que los asistentes pasasen un rato agradable, que se olvidasen por un momento de sus problemas o de su situación, que, como he dicho antes, viajen y conozcan otros mundos entre las páginas de los libros, habré conseguido aportar una pizca de felicidad. Y eso ya es mucho.

¿Cómo te iniciaste en la escritura?

Fue por una necesidad creativa. Antes lo había intentado con la fotografía y no conseguí nada; soy un nulo dibujante, o sea que la pintura estaba descartada; siempre digo que tengo orejas pero no oídos: no podía ser la música, aunque esto es lo que más me hubiera gustado. Así que decidí hacer un taller de escritura creativa. No se me dio mal, escribí algún relato, luego alguno más, la primera novela, la segunda… Y de momento van ocho.

¿Cómo se pasa del pragmatismo del informático a la creatividad del escritor?

Una vez oí que, cuando uno se dedica a un trabajo intelectual, debería tener una afición física y al revés. En mi caso, las dos son intelectuales, pero muy distintas. La informática es una técnica que, en algunos campos, podría ser muy creativa pero, en el mío, no lo es tanto. De ahí esa necesidad de la que hablaba antes. Cuando llega el fin de semana, me vuelvo a plantar ante un ordenador, pero esta vez no es para resolver problemas; en todo caso, para creárselos a mis personajes. De repente, el ordenador ya no está ahí, sino ese mundo que voy creando, o descubriendo mientras escribo. Vivo otras vidas, recorro otros paisajes. Salgo del mundo de la informática.

¿Qué opinas de los libros electrónicos?

Opino que lo importante es leer. Da igual el soporte, aunque sea un bote de champú. Leí una novela muy divertida de Antonio G. Iturbe en la que el protagonista vendía rollos de papel higiénico en los que estaban impresas novelas clásicas. Prefiero el libro de papel, eso sí, pero tengo libro electrónico y lo utilizo.

¿Qué novela te hubiera gustado escribir?

Si tengo que elegir una ya escrita, elijo La ciudad de los cazadores tímidos de Tom Spanbauer. Si se trata de una novela todavía no escrita, aquella que cause un buen ramillete de emociones de todo tipo a quien la lea.

¿Se puede vivir de la literatura?

Si consideramos el periodismo como literatura, hay bastante gente que vive de ello. Pero si lo excluimos y hablamos solo de publicar libros, de eso viven cuatro o cinco, no creo que muchos más. Luego están los “anexos”: artículos en prensa, bolos… De eso viven unos cuantos más. Y, después, quedamos los que de ninguna manera, ni aunque quisiéramos adelgazar mucho, podríamos vivir de ella.

¿Que opinión te merece el debate poeta-poetisa?

Me declaro totalmente en contra del lenguaje inclusivo. Pero matizo. No me molesta que se diga poetisa, jueza, médica, fontanera… Estas palabras están en la misma esencia del lenguaje, que es su evolución. Me molesta lo forzado, lo artificial (los niños y las niñas, los guapos y las guapas) sería imposible escribir así un libro legible. No digamos ya las ridiculeces como “miembras” y tantas otras. En todo caso, si esta corriente vence, que camino de ello lleva, reclamo mi derecho a ser “persono” o “taxisto”

¿Qué te mueve a escribir?

Como he dicho antes: una necesidad creativa. También el hecho de conocer a unos personajes que no existen antes de empezar a escribir y, una vez terminada la novela, son tan reales como todo el mundo que hayas conocido. Más que algunos incluso.

¿Qué te gustaría cambiar gracias a tu escritura?

No soy quién para cambiar nada y mucho menos a nadie. Me parece muy bien y respeto mucho la escritura reivindicativa; pero yo no me considero tan relevante como para practicarla. Yo mismo dudo mucho de mí mismo y de mis opiniones, las cuales casi siempre estoy dispuesto a cambiar si alguien me convence de ello. Puestos a cambiar, elijo convertir una tarde aburrida en un agradable viaje a un mundo inventado.

¿Con que título reciente te has quitado el sombrero?

Con Intento de escapada de Miguel Ángel Hernández o con Los gatos pardos de Ginés Sánchez. Ambos, por cierto, murcianos. Y no es cosa de amiguismo porque apenas he coincidido con ellos un par de veces. Es que de verdad son buenos. Por nombrar alguno más lejano, con Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi o Yo te quise más de Tom Spanbauer.

¿De dónde salen las ideas?

Cuando empezaba a escribir escribí un relato que se llamaba Idea genial. El relato comenzaba más o menos así: “Las ideas geniales somos seres vivos: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos”. En realidad, una idea es como una semilla que se planta en tu cabeza. Cualquier cosa puede serlo: una anécdota, algo que veas por la calle, una conversación ajena que escuches, un cuadro que veas… Esa semilla se queda ahí y, a veces, germina y crece y trae con ella más semillas que también germinan y crecen. O no. También puede simplemente marchitarse.

Por poner un ejemplo: Intersecciones salió de algo que me pasó a mí haciendo la compra. Y Los pelícanos ven el norte de una conversación escuchada en la radio.

¿Qué puede aportar la escritura en las acciones contra la pobreza y la exclusión social?

Circula por las redes sociales un cartelito que dice algo así: “leer es peligroso para la ignorancia”. Pues eso. Cuanto más se lea, cuanto más se conozca, más preparados estaremos para enfrentarnos al mundo, para que no nos tomen por idiotas, para tener recursos.

¿Qué te ha aportado tu visita al Aula de Cultura del centro penitenciario MURCIA II?

Es la primera vez que participo en algo así y no lo sé muy bien; pero mira, si ha conseguido que los asistentes pasasen un rato agradable, que se olvidasen por un momento de sus problemas o de su situación, que, como he dicho antes, viajen y conozcan otros mundos entre las páginas de los libros, habré conseguido aportar una pizca de felicidad. Y eso ya es mucho.

Joaquina García Esquiva
Voluntaria de SOLIDARIOS en el Centro penitenciario Murcia II

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