El viernes 26 de mayo volvió el flamenco al Aula de Cultura de Solidarios en el Centro Penitenciario Sevilla I, tras la visita de Kiko Veneno y Diego el Ratón en enero y de Pájaro el Viernes de Farolillos. Esta iniciativa fue organizada por el proyecto +PoeMAS dentro del Aula de Cultura de Solidarios y financiada por UNED 50º.

En un salón de actos casi lleno, el cantaor jerezano José Méndez y el guitarrista sevillano Miguel Iglesias llevaron el cante y toque a los internos. Ambos destacan por pertenecer a importantes familias del flamenco. También comparten una larguísima trayectoria artística internacional: el cantaor debutó con 10 años, con 14 se asentó en Madrid como parte del cuadro flamenco de Los Canasteros (con Lola Flores, Pansequito, Aurora Vargas…) y, además de formar parte de varias compañías (Cristina Hoyos, Eva Yerbabuena, Mario Maya, Farruco, Carmen Cortés, Manuela Carrasco…) con cantes para bailar. El guitarrista, que también se inició muy pequeño en el flamenco, ha acompañado a bailaores como Manuela Carrasco, Antonio Canales o la compañía de Cristina Hoyos, además de tocar con Raimundo Amador.

La velada flamenca, después de algunos problemillas técnicos y con su torrente de voz intacto pese al resfriado de José Méndez (“yo, como Rocío Jurado, cuando me subo al escenario se me olvida todo”) comenzó con unas alegrías de Cádiz, con las que el cantaor auguró futuros reencuentros en libertad (“nos veremos en Cádiz”) mientras invitaba a evadirse a través de la música y de letras animosas.

Loco y no sentir

Yo quisiera

de momento

Ay, estar loco y no sentir.

 

Porque el sentir,

porque el sentir causa penas

Ay, tantas que no tienen fin

y el loco vive sin ellas.

 

 

 

Siguieron con unos tangos, animados por el palmeo del público, con letras más trágicas de falta de libertad o de desamor. Después vinieron cantes puros como las soleás, porque, como dijo el cantaor, “aunque lo otro llegue mejor al oído, esto es como el jamón de pata negra, que siempre es mejor que la mortadela”. Con las soleás, letras de desgarro por la ausencia.

Volvió la alegría con las bulerías festeras, con el cantaor animando a todos los asistentes a marcar las palmas al ritmo de coplas tan líricas como las que inmortalizó Manolo Caracol. El ambiente era tan animado, que uno de los asistentes subió al escenario para bailar durante este cante, y estalló el público en jolgorio hasta tal punto que José Méndez tuvo que suplicar que le “escucharan un poquito” por fandangos. Así, entre aplausos, palmas y gritos de otro aficionado que celebraba “¡como El Chocolate!”, escuchamos letras de llanto que popularizó este cantaor.

   

Escuchamos otras por Camarón de la Isla, o del jerezano Juan Moneo “El Torta” sobre la soledad. La emoción estalló en aplausos, y los internos jalearon para que subiera a cantar un interno, que les deleita en muchas ocasiones con sus fandangos. Y así fue, como en un tablao flamenco, se unió al cantaor y al guitarrista e interpretó a pelo, con gran emoción, dos cantes muy desgarrados, dos fandangos naturales, uno de despecho “no tienes perdón de Dios”, y otro con el que se identificaron la mayoría de los privados de libertad y alejados de sus familias, donde cambió la letra del último verso por “decirles que su padre está cumpliendo condena”.

A continuación, subió un nuevo invitado desde el patio de butacas al escenario, conocido como “El Patillas”, que quiso “alegrar la tarde con unas sevillanas, que ya bastante mal lo pasamos aquí”. Cantó varias sevillanas de homenaje a Triana y al Rocío, entre palmas de sus compañeros.

Después de estos dos internos aficionados al cante, retomó el recital el cantaor con unas malagueñas, interpretadas magistralmente por el guitarrista entre aplausos del público y palmas acompasadas. Así, mientras el público pedía una rumbita, José Méndez decidió cerrar con un cante de Ronda, y terminó entre ovaciones y apretones de manos. Una velada más, la música compartida entre artistas e internos sirvió como evasión y, sobre todo, creó a través de las palabras y palmas un vínculo y una emoción compartidos. Porque, aunque “el sentir causa penas” y muchos internos preferirían “no sentir”, hay emociones que merece la pena experimentar.

 

Clara Marías

(Universidad de Sevilla/Proyecto PoeMAS)

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